Hoy queremos detenernos en una de las obras de arte cumbres de nuestro país. Queremos trazar un puente entre Astorga y Roma; entre Becerra y Buonarroti. Porque si algo nos ha demostrado la historia del arte, es su capacidad de tejer puentes entre artistas. Por eso hoy queremos señalar la influencia que tuvo en Gaspar Becerra la figura de Miguel Ángel.
El retablo de la Capilla Mayor de la catedral de Astorga es una de las obras maestras del Renacimiento español que asombra no solo por sus majestuosas dimensiones, sino por la lograda síntesis de las bellas artes que reúne (arquitectura, escultura y pintura). Es sin duda la obra indispensable para entender a Gaspar Becerra. El artista, que nació en Baeza y falleció tempranamente en Madrid en el año 1567 en plena época de madurez creativa, ha pasado a la historia del arte con el nombre de “El Miguel Ángel español”.
En Italia colaboró en 1545 con Vasari y con Volterra, en la fascinante órbita de Miguel Ángel y de Rafael Sanzio. Posiblemente pudo mediar para que esto ocurriese la amistad del arquitecto con Juan Bautista de Toledo, directamente relacionado con Miguel Ángel.
Becerra trajo de Italia el clasicismo del Renacimiento, el patrón estético derivado de la última manera de Miguel Ángel, y supo adaptarlo al arte español formando una escuela de numerosos seguidores. Cuando Juan de Arfe se refiere a Becerra, señala en él cómo característico un tipo de figuras de mayor carnosidad que las de Berruguete. El Juicio Final de la Sixtina y los frescos de la capilla Paolina, así como los sepulcros de los Médicis y la biblioteca Laurenciana en escultura dejan huellas indelebles en la obra de Becerra.
En España reinaba Felipe II, gran impulsor y entusiasta del renacimiento clasicista. La Iglesia Católica en la Contrarreforma resaltó las verdades principales de la fe que se fueron reflejando en el arte religioso del Renacimiento hasta culminar en el Barroco. Felipe II fue, además, el gran defensor del Concilio de Trento. Los obispos y los cabildos de las catedrales dictaron como consecuencia las normas sobre los temas a seguir por los artistas del momento. El retablo fue uno de los recursos más apreciados para tal fin, debido a su naturaleza de expositor de estas enseñanzas. El arte era pues la herramienta perfecta para transmitir un mensaje accesible a las mayorías sociales.
El retablo de la catedral de Astorga está considerado como “el manifiesto del nuevo estilo”. Como detalle curioso: Becerra esculpió previamente el grupo de la Asunción como muestra para que lo examinara el Cabildo, y para que se tomara como modelo de lo que vendría después.
Becerra diseñó el retablo mayor de Astorga adaptándose perfectamente a los cinco lados de la estrecha cabecera absidial y a la anchura del presbiterio. Tuvo muy presentes los efectos ópticos de las distancias: para eso restringió las tallas de la zona baja y aumentó el volumen gradualmente hacia arriba como ya aconsejaba Vitrubio. La pintura, el dorado, el estofado y las encarnaciones son un alarde de buen gusto que completa y potencia la maravilla arquitectónica y escultórica de Becerra.
Esta gran obra retablística de la catedral de Astorga se organiza con cinco calles de las que destaca la central, en la que se representa la Asunción, patrona de la Catedral: figura en actitud escorzada de proporciones llenas, con la original composición de La Coronación. Las figuras de Las Virtudes: Caridad, Fe, Religión y Vigilancia, están en el banco, con formas robustas y actitudes miguelangelescas. Todas ellas muestran gran perfección, sobre todo en los rostros. Sus pliegues son potentes y pesados; las telas dejan de ser expresivas. Sus estudios anatómicos muestran cuerpos enormemente musculosos, las posturas son forzadas y algo violentas… Todo revela su parentesco con la fase final de Miguel Ángel, templada y madura. Es imposible no recordar, al contemplarlas, la tumba de los Médicis o las fuertes Sibilas de la Sixtina de Miguel Ángel. Por eso decimos que contemplar la obra de Becerra es como trasladarse a la Italia del Cinquecento. El arte tiene esa maravillosa capacidad de hacernos viajar por los periodos más fascinantes de nuestra historia.